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Urgencia de formación | Plenarias Jornadas | Cuatro+Uno
PLENARIAS JORNADAS

Apertura
Urgencia de formación
Daniel Millas

Queridos colegas, es un gusto muy especial participar de la Apertura de estas XXII jornadas nacionales de carteles.

Constituyen un hecho inédito, tanto por la hermosa ciudad en la que hoy se realizan, como por la particularidad de su organización. Efectivamente la misma quedó asignada a la Secretaría de carteles del Directorio de la EOL y al MOL, Movimiento de la Orientación Lacaniana en La Plata y en primer lugar quiero felicitar a Irene Kuperwajs, y en su nombre a todos los colegas que han participado en el armado y ejecución de este evento que no tiene antecedentes por su nivel de convocatoria a nivel nacional.

Esta modalidad de organización responde a una coyuntura específica. Es nuestra apuesta, que estas jornadas, que se inscriben en un momento político muy particular, constituyan un acontecimiento. Es decir, que marquen un punto de inflexión, un antes y un después a partir del cual algo nuevo pueda surgir.

Un acontecimiento entonces que como tal tenga consecuencias. Podemos tomar esta afirmación e interrogar desde allí la experiencia de hacer un cartel.

Solemos repetir el conocido enunciado: "El cartel es el órgano de base de la escuela". Pero para que así sea, es preciso que algo de cada uno de sus integrantes sea puesto en juego. Sin eso, no tenemos otra cosa que frases hechas, que darán como resultado un dispositivo burocrático y sin ninguna consecuencia.

El cartel como la formación analítica misma, requieren de una apuesta y para hacerla hace falta contar con un investimento libidinal.

Si no fuera así, la formación podría reducirse también a una serie de enunciados vacíos y a una formalización despojada del deseo.

El término "formación permanente" por ejemplo, puede ser hallado en variados contextos, relacionado siempre con las exigencias convenidas en diferentes disciplinas en cuanto a la formación profesional. Suele hablarse de "actualización", del mismo modo que sucede con los programas que empleamos en nuestras netbooks, donde cada tanto el estado del saber debe actualizarse, ponerse al día y modernizarse.

Por otra parte, en el ámbito del psicoanálisis de la IPA, la formación no solo es pensada como continua y permanente, sino que es compatible con el establecimiento de un estándar que pretende asegurar la obtención de las condiciones necesarias para el ejercicio de la práctica, creyendo que el saber analítico puede delegarse a una instancia que se atribuye una enunciación colectiva. El estándar fundado en el "Para todos" igual.

Sin embargo, y tal como lo estableció Freud, la formación analítica no es una acumulación de saberes. Pone en juego una transformación del sujeto que resulta de la propia experiencia del análisis. Así lo seguirá sosteniendo Lacan en 1973, cuando afirma: "Del análisis se desprende una experiencia, a la que es completamente errado calificar de didáctica". . ."[1] Podemos diferenciar claramente dos perspectivas en la formación. La primera, orientada por lo simbólico, se apoya finalmente en la creencia, que voy a llamar delirante, de que es posible saber qué es un analista y cómo debe formarse. Se sostiene en la ilusión de que el saber progresa hacia una posible totalización, da lugar a su vez, a una institución fundada en la idealización, que responde a la lógica de la psicología de grupo.

La segunda perspectiva se sirve en cambio del inconciente para indicar que hay un real en el saber que permanece inaccesible. Un real en el saber.

¿No es acaso lo que constatamos en nuestra práctica cotidiana cuando nos encontramos ante la exigencia de interpretar?

Dije exigencia y quizás suene extraño, pero mi expresión tiene una referencia precisa. La tomo de una afirmación de Lacan y es la siguiente:

"Para que el mensaje del analista responda a la interrogación profunda del sujeto, es preciso en efecto que el sujeto lo oiga como la respuesta que le es particular, y el privilegio que tenían los pacientes de Freud de recibir la buena palabra de la boca misma de aquél que era su anunciador, satisfacía en ellos esta exigencia."[2]

Esta expresión es formulada por Lacan en 1953 en su escrito "Función y campo de la palabra". Se ubican aquí, lógicamente, dos exigencias: por una parte la que está presente en la demanda del paciente. Pero por otra, tenemos la exigencia del analista implicado en esa demanda, ya que debe encontrar la intervención que conviene.

Esta implicación concierne a la entrada del analista en el circuito pulsional del sujeto y es esto lo que constituye el registro propio de la experiencia analítica.

Es interesante encontrar en la última enseñanza de Lacan la reubicación de estos términos que pasan a tener ahora un lugar relevante. Recordemos entonces lo que formula Lacan en 1976 al afirmar:

"…dar esa satisfacción es la urgencia que preside el análisis, interroguemos cómo alguien puede consagrarse a satisfacer esos casos de urgencia"[3]

Nuevamente el acento está puesto aquí en cómo el analista satisface esa urgencia, en esos casos en los que la insatisfacción se encuentra en su punto más crítico. Se afirma de este modo que en el análisis, más allá de las urgencias clínicas propiamente dichas, hay siempre una urgencia en tantoque el análisis mismo constituye un medio para obtener una satisfacción.

La interpretación analítica pensada en estos términos se produce mas allá de todos los cálculos posibles, respondiendo a una urgencia que podríamos llamar de estructura ante la falta de un saber previsible, ante el impasse de las normas y de cualquier modelo estandarizado de funcionamiento. Nos confrontamos cada vez con un desfasaje entre la teoría y la práctica. Freud inventó el psicoanálisis y su teoría instituyó una práctica, pero luego la práctica se adelanta y va modificando sin cesar la teoría misma. No se trata entonces de la interpretación donadora de sentido, como traducción metafórica de un saber escondido. Se trata más bien de la interpretación que da lugar a una inscripción nueva, a partir de la cual se pueda construir el marco adecuado para el alojamiento del sujeto.

El acto de interpretar exige que el analista juegue en la partida la carga pulsional que lo motoriza. Es fundamental notar en este punto que la certeza que logra engendrar el acto analítico no es una conclusión que se desprende de una serie de premisas lógicamente articuladas. Constituye otra modalidad de la falta y al igual que la angustia no se liga a un saber generalizable, sino a lo más propio y singular de aquél que constituye su agente. Una falla se inscribe de este modo en la ley del acto, lo cual remite al hecho evidente de que es imposible anticipar los efectos de la interpretación. Si la interpretación no se asegura de ningún saber establecido, entonces es necesario un acto.

Siendo así, ¿Cómo alguien puede consagrarse a satisfacer esos casos de urgencia? ¿Qué lo dispone a ocupar esa posición que Lacan llamó "tan hiante"?

Desde esta perspectiva se nos hace evidente que no hay formación analítica sin que la misma remita y tenga consecuencias sobre la subjetividad del practicante.

Si la interpretación analítica no consiste en la aplicación técnica de un saber establecido, la misma pone de relieve otro tipo de saber. Lacan se encargó de diferenciar el "saber hacer" que remite al "how to do it", como técnicas tipificables y estandarizadas, del "saber hacer con", que introduce lo contingente, lo que no es directamente aprehensible y requiere de la invención.

Por esta razón la formación analítica pone en juego lo singular de un recorrido que no cesa y cuya modalidad deviene estilo para cada practicante. Estilo que encarna un modo de saber hacer con el síntoma, en tanto se considera la imposibilidad de re absorberlo en lo simbólico.

La Escuela fundada en un "no saber qué es un analista" debe permitir enlazar cada modalidad singular con lo colectivo de una elaboración. Como lo afirma JA. Miller, "Hay un solo enunciado capaz de colectivizar la Escuela: Aquél que la nombra No Toda".[4]

Solo porque hay Escuela es posible pensar la formación como un síntoma, es decir anudando lo singular y lo colectivo, lo epistémico y lo libidinal.

Hay un real en juego en la formación analítica que como ya dije, reduce a un delirio la ambición de prescribir cómo se forma un analista. Proponemos entonces una formación sintomática. La formación como el síntoma con el que cada uno deberá saber hacer para construir el lazo necesario entre la soledad del acto analítico y la relación con la Escuela en tanto comunidad de trabajo.

Como puede verse, el cartel constituye un instrumento adecuado a estas condiciones, que son las que rigen nuestra orientación. Tanto los miembros como los no miembros tienen la oportunidad de llevar adelante una experiencia en el que el uno por uno se anuda a una política orientada por la Escuela.

Un cartel puede ser clásico, amplio o fulgurante, pero es el trabajo que causa y la producción que genera, lo que le brinda su actualidad y su vigencia. De este modo, podemos afirmar que si la experiencia en un cartel no deja alguna marca, algún efecto de formación en quién ha participado en él, entonces, más allá de su constitución formal, ese cartel no habrá logrado realizarse como tal. El resultado de un cartel no es previsible ni está asegurado, por eso mismo es una apuesta, es decir, una decisión que se toma desde el no saber. Diré para finalizar que si esa apuesta es la que conviene, se enmarca en una urgencia. Les propongo llamarla "urgencia de formación".


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  1. Lacan, J.:"Sobre la experiencia del pase" en Ornicar? 12-13, 1976.
  2. Lacan, J.: "Función y campo de la palabra" en Escritos I, Edit. Siglo XXI, Bs.As., 1985, pag. 280.
  3. J.Lacan: "Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11" en Otros Escritos, pag. 601.
  4. J.A. Miller: "Nota Editorial" en "El Psicoanálisis N°1" ELP, Madrid, 2001.