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Mi camello | Productos | Cuatro+Uno
PRODUCTOS

Mi camello
Gabriel Vulpara

No es cualquier cosa obtener un camello en medio del desierto.
Mauricio Tarrab [1]

Cuatro estudiantes y una inquietud en común por recorrer un tema del que hablaban ya hacía tiempo. Así de simple fue el comienzo. Cuatro estudiantes, debería decir, y una enseñanza con nombre propio: Jacques Lacan.

Alguno de ellos mencionó una palabra con resonancias extrañas: cartel; y explicó que era algo así como un grupo de estudio organizado, dirigido. La ciudad era Córdoba, en Argentina, y la puerta que fueron -fuimos- a golpear, la de la Escuela de la Orientación Lacaniana. Un tal José Vidal, que conocíamos sólo como autor de un libro utilizado en la facultad, nos había dicho “los espero el jueves”. Cuando esa puerta se abrió, tenía la forma buscada: un cartel, cuatro más uno.

Y que la puerta se haya abierto con esa forma significó para mí que hoy permanezca abierta e invitante.

Ansiosos, llegamos armados con libros, cuadernos y hasta algún texto pergeñado para la ocasión. Pero el más uno hizo caso omiso de ellos. Estudiantes aplicados, habíamos investigado todo sobre los carteles, incluso ya teníamos escrito lo que enunciaríamos como nuestro rasgo. Pero de nada de ello pudimos hablar. Es decir, hablamos, claro: nosotros cuatro. Pero el más uno parecía absolutamente refractario a todo eso. ¿Quiénes son ustedes?, dijo; y desde el comienzo fue interpelado el sujeto en el estudiante. Volví de esa primera reunión con mi texto -que tan satisfactoriamente había escrito para presentárselo- tal como lo había llevado: guardado en la carpeta. Mis -nuestras- urgencias por saber y decir fueron una y otra vez refrenadas.

Yo había ido con el Seminario 17 de Jacques Lacan en la mano; cuando volví a mi casa tuve que reemplazarlo por sus Escritos (que suponía ya haber leído correctamente), primera forma del camello que Mauricio Tarrab indica como producto del cartel.

Un año de reuniones semanales, y en un momento escuchamos “esto podrían presentarlo en las jornadas de carteles de la escuela”. Dos de nosotros viajamos a Rosario (en Septiembre de 2005), y la incertidumbre cedió ante la sorpresa.

Los cartelizantes allí reunidos eran muchos, muchísimos, todos dispuestos a mostrar su estado de trabajo o su producto final. Cada mesa era, con el público, ocasión y escenario de un debate tan animado como desafiante. Los viejos analistas escuchaban a los noveles y estudiantes, y todos discutían citas, casos, conceptos. Algunos se reunían en los pasillos y la apuesta por los carteles se renovaba con nuevas formaciones.

En ese momento, cuando el cartel del que participaba comenzaba a dar sus primeros frutos, supe -y dije- que a la Escuela había llegado para quedarme. Siete años después sigo aquí, y un nuevo cartel que ya está concluyendo me resulta tan provocador como aquel.

Es gracias a ese primer cartel que descubrí la Escuela.

Es gracias a él que, sin ser aún miembro de ella, la siento como el lugar donde puedo estar. Tal como el cartel, no es un lugar cómodo -¡y espero que nunca lo sea!-, pero, tal como el cartel, es el lugar donde el psicoanálisis se nutre y crece.

Al cartel se lo propone como la vía formal de ingreso a la Escuela; yo lo sostengo como lo que causa, lo que lanza y sigue lanzando el deseo de acercarse a ella. La Escuela vive y respira en el cartel.

Ese juntarse de cuatro más uno que Lacan llamó cartel es hoy, para mí, la instancia obligada y obligante para que el que aspira a llamarse analista discurra una no menor parte de su formación.

En el cartel no se enseña nada, se pone del sujeto para que algo se haga, algo aparezca y algo decante.

Porque no se puede llevar el rasgo escrito y listo antes de empezar.

Porque el rasgo se escribe desde el cartel.

Porque el sujeto, en el cartel, se enfrenta a aprender de lo que no se enseña, y se enfrenta con sólo las armas que allí pueda recoger.

En el cartel puede que no se obtenga lo que se busca. Y puede ser que haya que ceder algo, además. Yo abandoné el nombre de estudiante y comencé a buscar el existir del analista. ¡No es poco camello, el que obtuve!