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El carácter festivo del cartel *
El rasgo de trabajo que me caracterizó en el cartel regional (2011-2012), que tuvo como tema el estatuto mismo del cartel[1], fue la pregunta por el tipo de transferencia de trabajo que se da en este dispositivo. El tema lo abordé en tres direcciones: la primera, en la formulación hecha por Lacan en la Fundación de la Escuela en 1964 y en su texto "D´Ecolage" de 1980, donde establece las características del cartel y lo enuncia como dispositivo de trabajo de la Escuela. La segunda, en el seminario El banquete de los analistas, dictado por J.-A. Miller en 1989, que abre camino para pensar el cartel y la transmisión que en él se produce a la manera de banquete, de festín; y la tercera, en relación con el lazo social que implica el cartel. Para esta última me serví de los textos de J.A. Miller: "El cartel en el mundo" (1994) y "Cinco variaciones sobre el tema de la elaboración provocada" (1986). A continuación expondré algunos puntos relacionados con las dos primeras entradas. El cartel como dispositivo de trabajo de la Escuela "Primero: Cuatro se escogen, para proseguir un trabajo que debe tener su producto. Preciso: producto propio de cada uno, y no colectivo". "Segundo: La conjunción de los cuatro se hace en torno a un Más-Uno que, si bien es cualquiera, debe ser alguien. Está a su cargo velar por los efectos internos de la empresa y de provocar su elaboración". "Tercero: Para prevenir el efecto de cola debe hacerse permutación, en el término fijado de un año, dos máximo". "Cuarto: No hay que esperar ningún progreso, a no ser el poner a cielo abierto periódicamente tanto los resultados como las crisis de trabajo". "Quinto: El sorteo asegurará la renovación regular de los puntos de referencia creados con el fin de vectorizar el conjunto". El carácter festivo del cartel Es desde ese carácter festivo de la transmisión que en este escrito se ha querido abordar el cartel, de tal modo que haga posible, como dice J.-A. Miller, alzar la copa y brindar ¡a la salud del psicoanálisis! J.-A. Miller se detiene en el tipo de transmisión que requiere el saber del psicoanálisis y explica que no se trata de pasar conocimientos de unos a otros sino de dar cuenta con la presencia, de lo que lo causa; es un saber que no se enseña sino que se transmite. Se refiere a Lacan y afirma que su elección por el psicoanálisis la transmite aún en contra de los analistas, lo mismo que hizo Freud quien desde la soledad dio cuenta de su elección, en medio de la comunidad analítica que había creado. J.-A. Miller aclara que la forma banquete es propia de los analistas que forman conjunto, mas no de los analizantes que "están echados en el diván, no sentados en la banqueta". Los analistas se hablan y se leen. J.-A. Miller no deja de referirse al banquete de Platón al que se refirió Lacan para pensar la transferencia, y dice que ello no es casual, pues versa sobre el amor que es el principio del lazo social, y agrega que además del mencionado por Lacan, hay otras formas de banquete donde se sucede el encuentro entre la palabra y la comida, cada uno con sus particularidades, en los cuales es conveniente detenerse. En su recorrido por diferentes banquetes, destaca la referencia al symposion, de origen griego, que le sugiere la palabra symtoma y le permite reunir las palabras banquete-síntoma lo que, como dice, indica que no es armónico pues cada uno expone allí su verdad, lo que relaciona con lo que pasa en el diván; de allí dice que el Banquete de los Analistas se habría podido llamar "El síntoma de los analistas". Esa desigualdad marca los diferentes banquetes de los analistas y entre ellos el del cartel. Cuando hace referencia al banquete griego y romano dice que allí se come, se toma vino y cada uno habla alrededor de un tema acordado (parrafadas, comenta J.-A. Miller). El petite banquette francés en el que se come y se habla y tiene como referente el banchetto italiano, lo relaciona con el convivium de origen latino. Se detiene en el convivium de Dante que considera bienaventurados a los que se sientan a esa mesa y dejan migajas, que el mismo Dante recoge. Esa referencia le permite plantear algo en relación con sus seminarios, donde él invita a compartir las migajas que recoge de Freud y Lacan. Desde esa proposición podría pensarse el cartel como lugar en el cual cada participante recoge en su producto, con la concurrencia de los demás cartelizantes, las migajas de los textos del psicoanálisis que aborda. De manera especial resalta los convivios de Erasmo, y dice que para este autor la comida compartida es la matriz del lazo social, un modo primario de estar juntos. De manera particular se detiene en el Dispar Convivium, en el que solo participa un pequeño grupo y sus anotaciones remiten a algunas características del cartel. En este convivium hay una conversación entre dos personajes, Espúdeo y Aspicio, en la cual se preguntan quién debe asistir al banquete que Espúdeo quiere ofrecer con el propósito de agradar. Aspicio responde que esa intención implica una selección, pues mientras asista más gente, más descontento habrá; y agrega que ese descontento aumentará si se invita a los más parecidos pues se fijarán en más detalles, pero también señala que si se invita a los diferentes se corre el riesgo de entrar en la confusión de lenguas de la Torre de Babel. Finalmente, Aspicio propone que procedan por sorteo. Este diálogo le permite a J.-A. Miller afirmar que esa posibilidad de Torre de Babel también sucede entre los analistas, y diría más, en la relación con el psicoanálisis, donde se parte de la singularidad. En la reflexión sobre el cartel, la posibilidad de parecerse a una Torre de Babel también está presente, pues cada uno participa desde su singularidad. Sugiere Aspicio que se conformen cuartetos para lograr el éxito, que no es necesario hacer una gran mesa para todos, pero falta uno, Espúdeo, que relaciona J.-A. Miller con el más uno del cartel. Sobre ese más uno, Espúdeo, dice que significa el diligente y el que habla la lengua de todos, es el anfitrión. Esa posición no es ajena a los temas que se abordan en este convivium, en el cual el banquete se asemeja a la ciudad que requiere de leyes y de amo. Para J.-A. Miller ese amo sería el más uno del cartel, sobre el cual dice que hace las veces de líder pero no se lo cree tanto. Finalmente Aspicio le aconseja que si el ambiente se pone feo o aburrido, haga entrar payasos y precisamente propone la discusión entre una mujer y su marido. Aspicio acaba diciendo: "nada con demasía". El cartel tiene su propio tema que convoca y provoca una reunión en la que cada uno expone su rasgo y hace que los demás lo escuchen y participen. Lo que deja claro J.-A. Miller en su recorrido, es que el banquete requiere satisfacer la pulsión oral para facilitar a los otros el ejercicio de la palabra, pero dice que en el banquete de los analistas sólo hay palabra, parloteo, no hay vino, y esto lleva a la pregunta por ese goce del psicoanálisis con la palabra y de manera particular de ese goce en el cartel donde sólo hay palabra y se logra la transmisión. * Texto publicado en A ritmo propio N° 13 – Boletín de Carteles de la NEL NOTAS
BIBLIOGRAFÍA
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